El pragmatismo de Occidente ¿o su miseria?

miércoles, octubre 19, 2005

La estupidez humana

(Por Carlos A. Trevisi)


Acabo de escuchar por la radio que se está debatiendo el tema de las indemnizaciones por despido. La patronal pide que se reduzca de 45 días por año de trabajo a 33, un tercio menos.
Me fastidia un tanto que la información que se nos brinda, venga de donde viniere, omita las razones más profundas por las que vamos estrangulando al trabajador.
Estamos metidos en un berenjenal que ha ido derivando, lenta pero inexorablemente, hacia el españolito de a pie –podríamos decir ”mundialito”, porque pasa en todas partes-, que es la variable de ajuste de los procesos de mejora de la productividad a los que las empresas están obligadas para poder seguir obteniendo beneficios. Cuando uno lee que tal o cual banco ha ganado un 30 o 40 % más que el año anterior, o que tal o cual empresa ha despedido a 12.500 empleados porque ha ganado menos de lo que tenía previsto, no puede menos que sentir escalofríos.
La paradoja es que el “mundialito” de a pie del primer mundo, que nunca ha vivido tanta inestabilidad, se ha transformado en un consumista derrochón –que no consumidor- que compra, sobre todo, lo que no necesita.
Es difícil de entender que un ciudadano que vive angustiado porque no sabe qué le deparará el día a día en su trabajo sea tan estúpido. Si se detuviera a pensar que el mundo ya no da para que se compre una casa con un crédito hipotecario que lo comprometerá durante 40 años a 800 euros mensuales , o que no necesita un ordenador de última generación para escribir un mail por semana; o que tampoco necesita un coche de 15.000 euros, cuando con uno de 3000 (a 80 euros por mes) va a poder trasladarse con aire acondicionado y calefacción al fin del mundo; o que una nevera de 250 euros enfría como una de 1800; o que no tiene que salir al mar cada puente que se le cruza… si se detuviera a pensar decía, que dadas las circunstancias presentes uno puede decir dónde nació pero difícilmente donde habrá de morir, pues tendría que abocarse a invertir en “conocimiento” antes que en “cosas”.
Uno se pregunta cuál es la salida y, acaso por “default” –soy docente- , uno insista en que la salida pasa, básicamente, por la educación, una Cenicienta que ha perdido el zapatito en un barullo de hipotecas, ordenadores, coches, neveras y puentes, y sin príncipe a la vista.
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