El pragmatismo de Occidente ¿o su miseria?

sábado, octubre 29, 2005

RULFO conversa con BORGES en México

(por Pablo E. Chacón)
ARGENPRESS

Jorge Luis Borges visitó la ciudad de México en 1973. Amable, accedió a todos los 'impiadosos compromisos' que, según sus palabras, 'confundían a un modesto autor con un pésimo actor'. De la breve entrevista que sostuvo con el presidente mexicano, Luis Echeverría, poco se sabe. El extinto periodista colombiano Miguel Cantero le preguntó meses después por la impresión causó el mandatario. A lo cual Borges respondió:
'Nunca me tomé en serio. Pero si ése es el presidente, prefiero no imaginar al gobierno'.
A su llegada al país, el escritor argentino 'pidió un favor' a sus anfitriones. Quería hablar con Juan Rulfo. Le sugirieron entonces un desayuno.
'Pido clemencia -respondió-. Prefiero los atardeceres. Las mañanas me derrotan. Ya no tengo el brío ni las fuerzas para entregar al día lo que se merece. Hoy el crepúsculo me sienta mejor. Sólo quiero conversar con mi amigo Rulfo'.

Reproducimos parte de la conversación que en su momento publicó 'Cuadernos de Marcha', del Uruguay.
Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe como lo estimamos y lo admiramos.
Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges, y menos, maestro; dígame Jorge Luis.
Rulfo: Qué amable. Usted dígame entonces Juan.
Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.
Rulfo: No, eso sí que no. Juan es cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.
Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?
Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.
Borges: Entonces no le ha ido tan mal.
Rulfo: ¿Cómo así?
Borges: Imagínese, don Juan, lo desdichados que seríamos si fuéramos inmortales.
Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.
Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.
Rulfo: Así ya me puedo morir en serio.
¡Inmejorable!