"Punto muerto". Irán y (¿contra?) el resto del mundo
(PorJuan José Palomo)
Así ha definido Steinmeier, Ministro de Exteriores de Alemania, el estado de las conversaciones entre los tres grandes de Europa e Irán. Esto, lógicamente, no deja otra salida que la de acudir al Consejo de Seguridad de la ONU, y parece que eso es exactamente lo que Alemania, Francia y el Reino Unido (G-3) tienen previsto hacer. Todo esto cuando apenas hace un mes que Rusia, con derecho a veto en el seno del Consejo, retomó la cooperación militar con ese país del Oriente Medio. Esta circunstancia, entre otras, complica una vez más la eficacia de la decisión que finalmente pudiera tomar ese organismo. De hecho, lo primero que el G-3 tiene pensado hacer es acudir a la OIEA, que goza de mayor independencia y espacio de maniobra que el foro internacional.
Lo que urge preguntarse ahora, cuando estamos en los comienzos de lo que puede ser una escalada de crisis en este conflicto, es el motivo que está llevando a Irán a acelerar su programa de enriquecimiento de uranio, a pesar de los evidentes riesgos diplomáticos que esa actitud le puede acarrear. La razón podría estar detrás de la idea, tan vieja como universal, de la disuasión. Un breve ejemplo:
Desde el 11 de septiembre Irán se siente amenazada por los Estados Unidos –más concretamente por su Presidente–, quien incluyó a ese país en su “eje del mal”. En este grupo, “una amenaza a la paz del mundo”, tal y como lo definió Bush, sólo Corea del Norte dispone en estos momentos de armas de destrucción masiva. Paradójicamente, eso la convierte en un objetivo inviable, incluso para la primera potencia. Entre otras cosas, porque el más mínimo daño que pudiera causar el régimen de Pyonyang es infinitamente mayor a lo que EEUU y la comunidad internacional estarían dispuestos a soportar. Ese es el principio básico de la disuasión, y de este modo funcionó durante la Guerra Fría. Así las cosas, parece comprensible que Teherán haya concebido la idea de que tan codiciada arma se convierta en una suerte de blindaje o “as en la manga” de inmunidad.
Ahora bien, el equilibrio de fuerza que Irán pretende no es, obviamente, con Estados Unidos, sino con la otra potencia nuclear de la zona. Israel es el único país que dispone de armamento nuclear en Oriente Medio, y esto, –otra paradoja–, ha sido uno de los motores del equilibrio en esa zona desde la Guerra del Yon Kipur, hace más de treinta años. Desde entonces, el conflicto árabe-israelí se ha desarrollado casi exclusivamente dentro de las fronteras hebreas y en los territorios ocupados.
Hace una semana el jefe del Ejército judío advirtió de la posibilidad de una ataque sobre Irán para destruir sus instalaciones nucleares. Esto no es nuevo, en 2003 el Ministro de Exteriores hebreo especuló con la idea de atacar la central de Natanz, posiblemente la más polémica del conflicto. Y aún más, existe el precedente de 1981, año en que Israel bombardeó un reactor atómico en Irak.
Europa puede y debe agotar todas las instancias diplomáticas, pero también parece recomendable que no pierda de vista a los verdaderos protagonistas, y sepa ser tajante, incluso con algunos de sus aliados, que no parecen haber aprendido nada del error de Irak. Para que el cauce que conduce a la salida de este conflicto no se aleje, una vez más, de la verdadera capacidad de que dispone.
Así ha definido Steinmeier, Ministro de Exteriores de Alemania, el estado de las conversaciones entre los tres grandes de Europa e Irán. Esto, lógicamente, no deja otra salida que la de acudir al Consejo de Seguridad de la ONU, y parece que eso es exactamente lo que Alemania, Francia y el Reino Unido (G-3) tienen previsto hacer. Todo esto cuando apenas hace un mes que Rusia, con derecho a veto en el seno del Consejo, retomó la cooperación militar con ese país del Oriente Medio. Esta circunstancia, entre otras, complica una vez más la eficacia de la decisión que finalmente pudiera tomar ese organismo. De hecho, lo primero que el G-3 tiene pensado hacer es acudir a la OIEA, que goza de mayor independencia y espacio de maniobra que el foro internacional.
Lo que urge preguntarse ahora, cuando estamos en los comienzos de lo que puede ser una escalada de crisis en este conflicto, es el motivo que está llevando a Irán a acelerar su programa de enriquecimiento de uranio, a pesar de los evidentes riesgos diplomáticos que esa actitud le puede acarrear. La razón podría estar detrás de la idea, tan vieja como universal, de la disuasión. Un breve ejemplo:
Desde el 11 de septiembre Irán se siente amenazada por los Estados Unidos –más concretamente por su Presidente–, quien incluyó a ese país en su “eje del mal”. En este grupo, “una amenaza a la paz del mundo”, tal y como lo definió Bush, sólo Corea del Norte dispone en estos momentos de armas de destrucción masiva. Paradójicamente, eso la convierte en un objetivo inviable, incluso para la primera potencia. Entre otras cosas, porque el más mínimo daño que pudiera causar el régimen de Pyonyang es infinitamente mayor a lo que EEUU y la comunidad internacional estarían dispuestos a soportar. Ese es el principio básico de la disuasión, y de este modo funcionó durante la Guerra Fría. Así las cosas, parece comprensible que Teherán haya concebido la idea de que tan codiciada arma se convierta en una suerte de blindaje o “as en la manga” de inmunidad.
Ahora bien, el equilibrio de fuerza que Irán pretende no es, obviamente, con Estados Unidos, sino con la otra potencia nuclear de la zona. Israel es el único país que dispone de armamento nuclear en Oriente Medio, y esto, –otra paradoja–, ha sido uno de los motores del equilibrio en esa zona desde la Guerra del Yon Kipur, hace más de treinta años. Desde entonces, el conflicto árabe-israelí se ha desarrollado casi exclusivamente dentro de las fronteras hebreas y en los territorios ocupados.
Hace una semana el jefe del Ejército judío advirtió de la posibilidad de una ataque sobre Irán para destruir sus instalaciones nucleares. Esto no es nuevo, en 2003 el Ministro de Exteriores hebreo especuló con la idea de atacar la central de Natanz, posiblemente la más polémica del conflicto. Y aún más, existe el precedente de 1981, año en que Israel bombardeó un reactor atómico en Irak.
Europa puede y debe agotar todas las instancias diplomáticas, pero también parece recomendable que no pierda de vista a los verdaderos protagonistas, y sepa ser tajante, incluso con algunos de sus aliados, que no parecen haber aprendido nada del error de Irak. Para que el cauce que conduce a la salida de este conflicto no se aleje, una vez más, de la verdadera capacidad de que dispone.
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