El pragmatismo de Occidente ¿o su miseria?

sábado, noviembre 12, 2005

España, a propósito de "Arde Francia"

(por Carlos A. Trevisi)

Los hechos que siguen asolando Francia tienen que ver con aquello en lo que hemos insistido reiteradamente desde “El Socialdemócrata”: agotamiento del sistema político, que ha sido devorado por el mercado, y de los políticos; el estrepitoso fracaso del sistema educativo, y el manifiesto desencuentro entre los estratos sociales por pérdida de un referente que los contuviera, que los pusiera “naturalmente” en común.

Dice Alain Touraine que “vivimos desde hace por lo menos una década una fase de desintegración marcada por el rechazo a los grupos minoritarios […] que traduce la incapacidad de la sociedad francesa para cambiar de modelo cultural”
Tampoco es ajeno a esto Regis Debrays, que sostiene que “Toda sociedad tiene una religión civil. La francesa era la República. La República Francesa era la máquina de integración; se rompió y lo hicieron todas sus piezas a la vez: el Ejército, la familia, la escuela, que eran los elementos que transmitían una cultura patriótica. Pero lo mismo ocurrió con la Iglesia, los partidos, los sindicatos. Todos esos eslabones de la vida social se quebraron. El estado de derecho no puede vivir sin valores comunes. La ley como tal no es un valor, sino un eslabón más entre valores trascendentes. […] la ecuación francesa se ha roto”
Ahora pasemos a España.
1. Estrepitoso fracaso del modelo educativo.
Hace años ya que se viene anunciando, en cuanto foro se organiza, que la educación española es una catástrofe. Sin embargo, por lo visto, no cejamos en nuestro empeño de que siga siéndolo. Hemos retrocedido en los objetivos educativos de la Unión Europea y se nos ha situado en el anteúltimo puesto de entre los 25 que la integramos. El abandono escolar crece hasta el 31 % y la cifra del fracaso DOBLA la del conjunto de la UE.
No creo que tengamos claro el diagnóstico, dado que seguimos debatiendo acerca de si será concertada, con religión o sin ella (como si se tratara de una pizza: con jamón o sin él, con tomate o con cebolla…), que si privada o pública, que si de monjas o de curas o de administración cooperativa, sin haber asumido que TODAS las variantes son de catástrofe. Son todas igualmente malas. Tourain nos dice que en Francia la escuela no ha servido por su concepción de una enseñanza separada de la educación. En pocas palabras, que no se ha asumido que la educación pasa por la recreación de actitudes afectivas, volitivas, intelectuales y de libertad y no por saber cuánto mide el Rodano (o El Tajo) o si el Rey SOL nació en París (o Felipe II murió de gota). (Ver Educación)
2. Incumplimiento del rol que nos cabe por vivir en democracia
Que así como Francia ha tenido una religión civil –la República- que se ha agotado gracias a la gran movilidad de un pueblo que periódicamente pone el grito en el cielo y la desacralización de las instituciones, España ha tenido también la suya, el franquismo, que cimentó en cada español una inmovilidad que perdura como referente a través de las gestiones de gobierno conservadoras. Así, en España no ha “reventado” aún la sociedad porque la mitad de los españoles NO ha asumido el rol que les cabe en democracia, y sigue sosteniendo principios de autoritarismo, encarnados ahora por el PP y porque, en lenta transición, ha incorporado la figura del Rey Juan Carlos -nótese que no digo de la Corona- como aglutinador de voluntades.
La inmovilidad se refleja en crueles estadísticas: La SGAE ratifica el abandono educativo en un informe sobre "Hábitos de consumo cultural" que da miedo. La mitad de los españoles no ha leído un libro ni tiene intenciones de hacerlo; en 1998, el 53 % de los hombres eran analfabetos funcionales; el 64 % de la población que lee, tiene en su casa menos de 100 libros, "lo cual indica no sólo lo esmirriado del parque lector, sino la ausencia de herencia" (ver Félix de Azúa en El País). Ante la pregunta "¿cuándo compró un libro por última vez?", el 61% de la población manifestó llevar más de un año sin comprar uno. Continúa Azúa "Ese es el modelo de ciudadano que ha decidido crear la administración, algo así como una bombilla con patas [...] un bicho que se enciende y apaga dándole a un interruptor”.
Si agregamos que los vacuos programas de televisión sientan a nuestros niños entre tres y cuatro horas diarias frente al aparato y los padres facilitamos la embrutecedora tarea poniéndoles un televisor en el dormitorio (dos de cada tres niños españoles disfrutan de ese "privilegio"), poco queda por agregar, como no sea el comentario generalizado de que los políticos son todos corruptos y la política un asco, juicio que sirve de excusa para que nos apartemos del compromiso común: España, nuestro país, donde vivimos y donde están creciendo nuestros hijos.
3. Actitudes catastrofistas
El agotamiento del sistema político francés ha quedado demostrado por la pérdida de vigencia de los políticos en hechos tan relevantes como el fracaso que cosecharon cuando el referéndum por la Constitución europea, y la subversión social en la que está envuelta.
En España, con las actitudes catastrofistas que impulsa el PP, vamos por igual camino, aunque todavía no nos haya llegado el momento: venimos a la cola, en este sentido, de los cambios radicales que han comenzado a operarse en todo el mundo, donde el empuje de la ciudadanía ya se ha manifestado en Seattle, en Génova, en Latinoamérica y en cuanto lugar los G7 se reúnen (Ver Una democracia participativa)
Todos los esfuerzos de Zapatero por integrar minorías tienden a consolidar una sociedad que apenas se mantiene relacionada, pero está muy lejos del encuentro, como sucede en Francia, con una larga trayectoria democrática.
Se demuestran nuestras carencias en los escándalos que ha suscitado la obligatoriedad de que la nota de religión se incorpore al promedio general del alumno, con curas y beatos que luchan denodadamente en las calles de madrid por recuperar la inmovilidad social que los ha autorizado a sacar todo tipo de ventajas.

Nuestro compromiso de ciudadanos es infundir espíritu crítico en nuestros jóvenes, gestos que destaquen un "algo" diferente, una gran franqueza, la semilla de la rebeldía, la disidencia enérgica como para poder insertarnos en el mundo según nuestras propias capacidades, plenamente personalizados, "para aceptar con serenidad las cosas que no se puedan cambiar, para cambiar valientemente aquellas que sí se puedan cambiar y para conocer sabiamente la diferencia entre unas y otras" (Pablo VI)
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