Coincidencias indispensables
(Por Carlos A. Trevisi)
He llegado a una conclusión largamente acariciada: para hablar de política es menester que los participantes se instalen en un nivel donde las coincidencias sean totales; por ejemplo, que los intereses económicos y financieros tienen más fuerza que la política y , consecuentemente, que el mercado puede más que los políticos.
Si consiguiéramos hablar a partir de esa verdad compartida, verificaríamos que los enconos y las crispaciones se utilizan sólo para capitalizar voluntades que apenas si sobrevuelan lo visceral.
Si continuamos con la conversación en torno del desasosiego de la gente respecto de la vida agitada que lleva, de las obligaciones a las que la somete su afán por consumir y consumir, si la conversación sigue este derrotero, como decíamos, tampoco habrá discrepancias.
Si coincidimos, igualmente, en que las instituciones tradicionales en las que se fundaba el “método” social están menguando –cuando no desapareciendo (la familia, los sindicatos y las fuerzas armadas, amén de los pilares de la ciudadanía: el estado, la educación, la justicia y la política, de los que todos descreen) , pues coincidiremos nuevamente que vamos por donde no debemos.
Se agrega a esto el desempleo, la inestabilidad en los puestos de trabajo, el empleo precario y una oferta laboral por debajo de las capacidades intelectuales de los trabajadores; la amenaza de nuevas guerras, el terrorismo y hasta los índices estadísticos acerca de la salud, que señalan que millones de personas caen en la depresión.
La solución a este desaguisado no pasa por las ideologías.
Tampoco por la crispación del espectro político.
Ni por la prepotencia.
Ni por la burla.
Las derechas neoliberales, impulsoras de la globalización, son partidarias del mercado como regulador natural de las relaciones que se establecen en el ámbito de la sociedad: entre los individuos y entre estos y las “cosas”.
Hay un determinismo en el ideario conservador. Todo debe permanecer como estaba; que nada cambie. Y ahí radica la contradicción: se suben al cambio económico de la globalización y aspiran a que en lo social las viejas instituciones, las viejas costumbres, las viejas doctrinas, la moral, los usos sociales permanezcan tal cual.
Las derechas neoliberales necesitan ejercer el poder político para consolidar el económico y a toda la gente en casa, “que ya nos ocupamos nosotros”.
Las izquierdas, encarnadas mayoritariamente por el PSOE, que no pueden negar ni la globalización ni la presencia del mercado como factor muy determinante de esas relaciones, intentan regular su accionar. Entonces convoca a las minorías desde siempre ausentes: a los homosexuales, a los que les concede derechos; a los trabajadores, con los que dialoga convenios de trabajo; a los educadores, para que opinen, y a los padres de familia para que se sienten a una mesa de trabajo para llegar a un acuerdo; a los catalanes para que manifiesten sus necesidades; a los asesinos de ETA, con los que está dispuesto a dialogar no bien depongan las armas…
Las izquierdas necesitan el poder político para consolidar la igualdad de oportunidades. Y toda la gente en la calle porque es la ciudadanía la que tiene que ocuparse.
Este escenario es imposible de conjugar si las derechas no asumen que la verdad desde la cual partimos cuando nos pusimos a conversar también sigue vigente cuando se baja a los hechos políticos, que sigue siendo verdad, y que el momento que nos toca en suerte vivir exige diálogo y la mejor disposición para escuchar.
He llegado a una conclusión largamente acariciada: para hablar de política es menester que los participantes se instalen en un nivel donde las coincidencias sean totales; por ejemplo, que los intereses económicos y financieros tienen más fuerza que la política y , consecuentemente, que el mercado puede más que los políticos.
Si consiguiéramos hablar a partir de esa verdad compartida, verificaríamos que los enconos y las crispaciones se utilizan sólo para capitalizar voluntades que apenas si sobrevuelan lo visceral.
Si continuamos con la conversación en torno del desasosiego de la gente respecto de la vida agitada que lleva, de las obligaciones a las que la somete su afán por consumir y consumir, si la conversación sigue este derrotero, como decíamos, tampoco habrá discrepancias.
Si coincidimos, igualmente, en que las instituciones tradicionales en las que se fundaba el “método” social están menguando –cuando no desapareciendo (la familia, los sindicatos y las fuerzas armadas, amén de los pilares de la ciudadanía: el estado, la educación, la justicia y la política, de los que todos descreen) , pues coincidiremos nuevamente que vamos por donde no debemos.
Se agrega a esto el desempleo, la inestabilidad en los puestos de trabajo, el empleo precario y una oferta laboral por debajo de las capacidades intelectuales de los trabajadores; la amenaza de nuevas guerras, el terrorismo y hasta los índices estadísticos acerca de la salud, que señalan que millones de personas caen en la depresión.
La solución a este desaguisado no pasa por las ideologías.
Tampoco por la crispación del espectro político.
Ni por la prepotencia.
Ni por la burla.
Las derechas neoliberales, impulsoras de la globalización, son partidarias del mercado como regulador natural de las relaciones que se establecen en el ámbito de la sociedad: entre los individuos y entre estos y las “cosas”.
Hay un determinismo en el ideario conservador. Todo debe permanecer como estaba; que nada cambie. Y ahí radica la contradicción: se suben al cambio económico de la globalización y aspiran a que en lo social las viejas instituciones, las viejas costumbres, las viejas doctrinas, la moral, los usos sociales permanezcan tal cual.
Las derechas neoliberales necesitan ejercer el poder político para consolidar el económico y a toda la gente en casa, “que ya nos ocupamos nosotros”.
Las izquierdas, encarnadas mayoritariamente por el PSOE, que no pueden negar ni la globalización ni la presencia del mercado como factor muy determinante de esas relaciones, intentan regular su accionar. Entonces convoca a las minorías desde siempre ausentes: a los homosexuales, a los que les concede derechos; a los trabajadores, con los que dialoga convenios de trabajo; a los educadores, para que opinen, y a los padres de familia para que se sienten a una mesa de trabajo para llegar a un acuerdo; a los catalanes para que manifiesten sus necesidades; a los asesinos de ETA, con los que está dispuesto a dialogar no bien depongan las armas…
Las izquierdas necesitan el poder político para consolidar la igualdad de oportunidades. Y toda la gente en la calle porque es la ciudadanía la que tiene que ocuparse.
Este escenario es imposible de conjugar si las derechas no asumen que la verdad desde la cual partimos cuando nos pusimos a conversar también sigue vigente cuando se baja a los hechos políticos, que sigue siendo verdad, y que el momento que nos toca en suerte vivir exige diálogo y la mejor disposición para escuchar.
(Ver La salud no es un derecho y si se quiere abundar, con comentarios, ir a Ensayos Ateneo)