El Mercader de Venecia, la ley y la piedad
Recordaréis seguramente el argumento de “El mercader de Venecia”, impío éste que, distante del dolor ajeno y haciendo imperar la ley por sobre la piedad, exige a su deudor a que se someta a los términos del contrato oportunamente acordado: entregar una libra de su propia carne en caso de incumplimiento de pago.
Comentábamos en un artículo anterior acerca del poder de la ley por sobre la libertad, a la que reducía sólo a sus designios, que no malignos, aunque sí implenos. También habéis leído aquel artículo en el que decíamos que había quienes sostenían que la salud no era un derecho y que debía prevalecer, por encima de todo, el derecho de propiedad de los titulares de las patentes (la ley), de modo que aquellos que no dispusieran de medicinas por su incapacidad cierta de no poder crearlas, o aquella otra no menos cierta de no tener recursos para adquirirlos, no podían apelar en donación a quienes sí se habían empeñado en su creación y elaboración.
En su argumentación ante el tribunal, Shylock, que así se llama el mercader, dice:
“Exigiré lo que se me debe y la pena estipulada en el convenio. Si me lo negáis, ¡desgraciadas sean vuestra Constitución y las libertades de vuestra República! […] ¿Qué fallo puedo tener si no he hecho mal alguno? […] Esa libra de carne que os pido me pertenece, la he comprado a buen precio y la quiero. ¡Caiga el baldón sobre vuestras leyes! […] espero que se me hará justicia. […] ¿Quién me obligaría a ser clemente?
El abogado le contesta:
[…] la clemencia ha de ser espontánea y debe caer como el suave rocío del cielo cae sobre las plantas. Doblemente benéfica: hace bien al que la da y a quien la recibe. […] Así, pues, aunque la justicia sea el argumento del que te vales, recuerda que si sólo alcanzásemos justicia en la vida no habría salvación para ninguno de nosotros. […] Todo lo que digo es para inducirte a moderar la justicia rigurosa de tus pretensiones.
Analicemos ahora nuestra realidad. ¿Con quien se identifica usted, con Shylock o con el abogado? Piense en los inmigrantes, los ancianos abandonados, los niños que mueren a diario en el mundo, las guerras, las torturas... ¿No siente un desgarro?
En su argumentación ante el tribunal, Shylock, que así se llama el mercader, dice:
“Exigiré lo que se me debe y la pena estipulada en el convenio. Si me lo negáis, ¡desgraciadas sean vuestra Constitución y las libertades de vuestra República! […] ¿Qué fallo puedo tener si no he hecho mal alguno? […] Esa libra de carne que os pido me pertenece, la he comprado a buen precio y la quiero. ¡Caiga el baldón sobre vuestras leyes! […] espero que se me hará justicia. […] ¿Quién me obligaría a ser clemente?
El abogado le contesta:
[…] la clemencia ha de ser espontánea y debe caer como el suave rocío del cielo cae sobre las plantas. Doblemente benéfica: hace bien al que la da y a quien la recibe. […] Así, pues, aunque la justicia sea el argumento del que te vales, recuerda que si sólo alcanzásemos justicia en la vida no habría salvación para ninguno de nosotros. […] Todo lo que digo es para inducirte a moderar la justicia rigurosa de tus pretensiones.
Analicemos ahora nuestra realidad. ¿Con quien se identifica usted, con Shylock o con el abogado? Piense en los inmigrantes, los ancianos abandonados, los niños que mueren a diario en el mundo, las guerras, las torturas... ¿No siente un desgarro?
Pues, yo sí.