El pragmatismo de Occidente ¿o su miseria?

martes, enero 31, 2006

El semáforo, una metáfora

(Por Carlos A. Trevisi)

En mis reflexiones anteriores he tratado con condescendencia y hasta con cariño a los objetos que han acompañado mi vida.
No voy a hacer lo mismo con usted semáforo, por quien no tengo ningún respeto y a quien no debo consideración alguna. En esa virtud, lo primero que le arrebataré es el tuteo, algo que me reservo sólo para aquellos que han sabido asumir mi paridad, aun cuando sus esencias, que los condenan a una inferioridad por la naturaleza de la supremacía que ejerzo sobre ellos, no autorizan más prestigio que el que encierra el mero marco del servicio bien prestado.
Aclarado el punto, debo decirle que entiendo a usted como un arrebato de la civilización, que en su afán por ordenar a las pobres gentes -a las que ya ha hecho olvidar sus raíces plenas de encuentros en beneficio de una convivencia meramente relacional- ha impuesto el inaudito criterio de que debamos detenernos ante sus luces rojas, proseguir al tenor de las verdes y prestar atención a las amarillas, prescindiendo de nuestras propias calidades para interpretar y decidir cada uno de esos actos sin artilugios lumínicos.
Usted se ha permitido perturbar la esperanza de todos aquellos que hemos optado por el “beatus ille” bloqueando con su intervención la senda por donde otros han ido plenos de sabiduría y en ejercicio de su libertad.
Sepa usted que no admito ordenamiento que pueda con mi propio criterio respecto de las actitudes a seguir ante determinadas circunstancias. Por eso, como yo entiendo que usted no ha nacido para imponerme su insustancial verdad, sino para desfallecer agónicamente hasta una muerte que presumo tardía pero auguro definitiva, me lanzaré al cruce de cualquier intersección siguiendo mi propio criterio y al margen de su notoria prohibición, prescindiendo absoluta, total y definitivamente de su presencia.
Es que no puedo evitar sentir, semáforo, que es Ud. apenas un artefacto erecto (a veces pendente, lo que altera aún más su relación para conmigo, pues verlo a esas alturas repugna a mi noble condición de ser humano), sin potencia consustancial a su escueta estructura ni a su rango operativo, ajeno a mi interés como conductor y del que opino que puede y debe ser ignorado, en salvaguarda de la salud mental de todos aquellos que no estamos dispuestos a acatar su insensible luminosidad, y en ratificación del derecho que nos asiste de poder transitar libremente por donde hayan ido los que en esta marcha nos han precedido.
Queda advertido.
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